Que se Abra esa Puerta

A continuación reproducimos el texto que leerá Jenaro esta tarde en la presentación del libro «Que se abra esa puerta: crónicas y ensayos sobre diversidad sexual» de Carlos Monsiváis.

 

Que se Abra esa Puerta

PRESENTACIÓN.

 

Buenas tardes.

En primer lugar, agradecer al Museo El Estanquillo, a la editorial Plantea, representada aquí por Braulio Peralta y a Marta Lamas por la invitación a la presentación de esta obra que compila una serie de textos que Carlos Monsiváis escribió para la revista Debate Feminista.

En primer lugar, destaco el prólogo de introducción de Alejandro Brito que hace un recorrido y una reflexión muy importante sobre la obra compilada y nos hace esta pregunta en la parte central de su texto:

“¿Qué hereda Carlos Monsiváis de la primera generación de gays propiamente dicha? Sin duda, el sarcasmo, el ingenio, la agudeza y la brillantez intelectual, pero se deslinda tajantemente de la desolación amorosa, de la imposibilidad de reciprocidad afectiva y de la sordidez como única posibilidad de ejercer la vida sexual”.

A estas características le agregaría el compromiso con muchas causas que van de lo marginal al centro, como fue el título que él mismo eligió para su extraordinaria biografía de Salvador Novo.

Tiene razón Alejandro Brito al señalar que la relación de Monsiváis con el activismo gay no siempre fue tersa. “Su posición crítica frente a actitudes radicales, sectarias y dogmáticas de algunos de los principales activistas fue motivo de fricciones”, advierte Brito.

Sin embargo, esta tensión fue no sólo con el activismo gay. En general, Carlos mantuvo una relación crítica con todos los movimientos y activismos con los que le interesaba interactuar: con la izquierda partidista, con el feminismo, con el periodismo, con los movimientos laicos, con el indigenismo, con el propio movimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, con medioambientalistas. En fin, creo que esa es una primera característica del trabajo intelectual y cívico que Monsiváis aplicó a lo largo de su vida y que se refleja muy bien en los textos compilados: no le interesaba una relación de complacencia y menos de autocomplacencia con los movimientos y con los interlocutores de aquellas batallas cívicas y morales que para él eran el eje motor de su vida.

Después de esta pequeña reflexión en torno a los apuntes de Alejandro Brito en el prólogo, quiero destacar reflexiones y sensaciones que me dejó la relectura de estos ensayos y crónicas:

1.-En el primer texto, titulado “Los que Tenemos unas Manos que no nos Pertenecen”, Monsiváis nos lleva de la mano a una reflexión que muchas veces olvidamos, tanto gays como mujeres: la misoginia y la homofobia a lo largo de nuestra historia han ido de la mano. No se puede avanzar en un terreno olvidando lo otro porque ambos están entrelazados por las oleadas de linchamiento moral.

“La animadversión a los homosexuales como género –anota Monsiváis-, pertenece sin discusión a la naturaleza social, lo que, en gran medida, depende del ínfimo lugar concedido a lo femenino. Un homosexual se degrada voluntariamente al asemejarse a las mujeres, y la condena machista es el registro público y privado de esa degradación” (p. 59).

Durante los primeros cuarenta años de la posrevolución mexicana, la gran coartada cultural para justificar la homofobia y la misoginia fue el nacionalismo.

2.-Y en esta parte, como a lo largo de la mayoría de los ensayos, surge siempre la lectura constante, aguda de Monsiváis frente a su referente constante: Salvador Novo.

Novo fue para Monsiváis una fascinación y una lección. Y más que emularlo, Carlos intenta en todos los ensayos literarios reunidos en este libro desentrañar el contexto y el misterio que dio lugar al genio de Salvador Novo y también al autoescarnio como fórmula de protección. Novo, el gran intelectual público que precedió a Octavio Paz y al propio Monsiváis en el panorama mexicano, eligió la exhibición como coartada para enfrentar el propio machismo y nacionalismo prevalecientes durante su época. Fundó una tradición que, afortunadamente, como anota Monsiváis se rompió con una nueva oleada de escritores gays que cambiaron la exhibición por “la aceptación valiente y divertida” (p. 188). Y cita los casos del argentino Néstor Perlongher, el mexicano Joaquín Hurtado, el puertorriqueño Manuel Ramos Otero, el cubano Reinaldo Arenas, Severo Sarduy, también cubano, y el argentino Manuel Puig.

Pero a lo largo de los ensayos, la sombra, la calidad de la obra y el humor ácido de Novo acompaña a Monsiváis. En el siguiente párrafo, Carlos hace uno de los retratos más profundos  de Novo y, tal vez, de sí mismo, por diferenciación:

“A Novo, el humor, y un humor salvaje y procaz, lo distancia de la amargura de lo real, y le obliga a envejecer psicológicamente con la celeridad que lo resguarda de la ‘ilusión de los años juveniles’. Desde su perspectiva, ser gay es negar la reciprocidad amorosa, y por eso su poesía erótica es jocosa y semipornográfica. En su caso, romanticismo es no perdonarse nada; es volverse cínico para proteger las zonas más profundas de su sensibildad” (p. 65).

“Si el gay usa el humor para lacerarse, siente disminuido el peso de las vejaciones en su contra”, remata Carlos, en uno de los muchos aforismos que comparte a lo largo de los textos. Otro, también en función de Novo, es el siguiente:

“A quienes habitan en sus márgenes, la sociedad les exige la autodestrucción, esa suerte perversa de acatamiento a la norma” (p. 67).

3.-Novo y la recuperación constante de la historia de los 41, la primera gran redada de homosexuales del siglo XX, son vehículos constantes en los textos. Es muy notable la crónica que publicó en 2001 y que se reproduce en el libro, a cien años del acontecimiento.

Pero en Carlos Monsiváis la crónica no es el simple registro de los hechos. Es el vehículo ideal para reflexionar, para darle una mirada histórica a su preocupación fundamental: cómo salir del gueto moral y social, cómo darle a la disidencia gay y feminista una nueva dignidad sin los costos del autoescarnio.

De ahí la preocupación constante de Carlos por describir y señalar los asesinatos de homosexuales, de travestis y de mujeres como crímenes de odio.

4.-El ejercicio intelectual de Monsiváis por definir y, al mismo tiempo, liberar de la carga del estigma moral varios conceptos, está presente en los ensayos. Cito tan sólo dos ejemplos:

Ser de Ambiente: “En América Latina ser de ambiente es ser frívolo, entregado a la diversión, concentrado en la moda, al día en bailes y en ídolos del show business, expertos en darle la vuelta al insulto homofóbico; en resumen y circularmente, ser de ambiente es, al pie de la letra, ser gay, y en el concepto se entremezclan la americanización, la creación individual y colectiva de un estilo y, a fin de cuentas, la obtención de espacios de seguridad” (p. 146).

Travestis: “Si algo manejan con destreza los travestis es su versión de una veta esencial de las mujeres: el triunfo del espectáculo….En contraste con las suposiciones habituales, los travestis no imitan a la mujer, esa criatura que desde Eva busca su espacio propio, sino a la Mujer de Éxito, categoría distinta, sujeta a las más encomiásticas parodias, creaciones y recreaciones…De lo femenino, el travesti elige a la victoriosa minoría que, en la cumbre se salva del destino de las mujeres”.

Y Monsiváis lanza una pregunta clave que en sí misma es una respuesta y un tema de liberación: “¿No será el travestismo de clases populares, por lo demás casi el único que existe, un método de aproximación indirecta a la fama?” (p. 280-281).

Al mismo tiempo, describe: “el travesti se arriesga en demasía, son legión los asesinados, torturados y golpeados. A ellos se les dedica el torrente de burlas y menosprecio, y para sobrevivir deben asumir a fondo la visión degradada que se les impone”.

5.-Es ampliamente recomendable releer la última crónica del libro, publicada originalmente en Debate Feminista, en octubre de 1998 sobre la noche popular y, en especial, sobre El 14.

En el uso de sus mejores recursos como cronista, sociólogo, psicólogo social, periodista, Monsiváis realiza, a mi gusto, uno de los  mejores textos existentes sobre lo que él llama “la geopolítica del relajo y del deseo”.

La descripción de una noche en El 14, originalmente conocido como las Adelitas, es el retrato de un momento de ruptura y redefinición, en plena época del sida y del uso del condón, de nuevo aire en la vida nocturna mexicana, y de la pasarela de nuevas tribus urbano-gays perfectamente delineadas en la crónica.

Por ejemplo, su descripción del chacal es gloriosa:

“El chacal es el joven proletario de aspecto indígena o recién mestizo, ya descrito históricamente como Raza de Bronce, y rebautizado por la onomatoyepa del sarcasmo… El chacal es la sensualidad proletaria, el gesto que los expertos en complacencias no descifran, el cuerpo que proviene del gimnasio de la vida, del trabajo duro, de las polvaredas del futbol amateur o llanero, de las caminatas exhaustivas, del correr por horas entonando gritos bélicos… El chacal tiene por hábito, o eso dan a entender, sentirse ampliado, deseado, así nadie lo contemple”.

O su reflexión sobre los strippers:

“¿Qué fue primero: el gimnasio o el stripper, el gym o el joven que se afana por hallarle las dimensiones laborales al narcisismo? Son bícpes, tríceps y pectorales ni cómo alquilar imagen a la conscupisencia. El stripper, especie con no más de diez años de implantación, cumple los requisitos: aspecto agradable o pasaderito, ejercicios que se noten, energía coreográfica (nuca lo mismo, qué destreza), mínima sensualidad en el veloz desprendimiento de la ropa y –para no contrariar ni alborozar- el permiso para toqueteos fugaces a sugerencias del animador. El stripper puede o no ser gay. Sí, obligadamente, es flor de la fábrica de cuerpos deseables, el gimnasio”.

(p. 278).

6.-Por último y sin ánimo de abarcar toda la riqueza de los textos que compiló Marta Lamas, no puede uno dejar de conmoverse con el texto  de despedida a Nancy Cárdenas, feminista, lesbiana, activista y, sobre todo, amiga ejemplar de Carlos Monsiváis.

Es muy extraño encontrar textos de Carlos en segunda persona, pero en esta carta póstuma, escrita a raíz de la muerte de Nancy Cárdenas el 23 de marzo de 1994, el mismo día que asesinan a Luis Donaldo Colosio y su crimen político opacó el fallecimiento de una gran mujer, Monsiváis abre las compuertas de sus emociones –él, tan reacio siempre al exhibicionismo emocional en sus textos-, relata con un amor inconmensurable la aventuras que vivió con Nancy Cárdenas, desde su encuentro con Chavela Vargas, en 1957 o 58 hasta el movimiento del 68, pasando por el programa radiofónico que ambos iniciaron, El Cine y La Crítica, y el inicio del movimiento de liberación gay y homosexual en los setentas.

Para mi gusto, es uno de los mejores relatos involuntariamente autobiográficos que nos dejó Monsiváis. Todos quienes lo conocimos y padecimos de sus contrargumentos, regaños o advertencias, podemos reconocerlo en este pasaje extraordinario, que recuerda el estreno de Los Chicos de la Banda, la obra de teatro de Mart Crowley:

“Te argumenté en contra: es una obra basada en el chantaje sentimental, es preStonewall, hace de la autocompasión el alegato indispensable. Me oíste con atención que me dedicabas cuando no querías hacerme caso y replicaste (no con esas palabras, pero sí con ese sentido): ‘México vive con mucho atraso su ingreso a la tolerancia, y en un medio tan machista la autocompasión es una forma de reconocimiento’. Tenías razón, como lo probó el escándalo y la rabieta moralista que siguieron” (p. 205).

Y así como póstumamente, Monsiváis le dio la razón a Nancy Cárdenas, hoy le damos no sólo la razón sino el placer de la relectura a estos ensayos y crónicas de Carlos, con la misma frase con la que se despidió de su amiga y cómplice inseparable:

“¡Qué necio y qué formidable eres, Carlos!”.

 

Jenaro Villamil.

 

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