Jenaro Villamil

Foto: Reuters/Henry Romero. Fuente: http://thestar.com
La historia, la tradición o la maldición sexenal han creado una percepción negativa sobre el último año de gobierno de cada uno de los presidentes mexicanos. En 2006, Vicente Fox demostró que la silla presidencial le pesaba; en el 2000, Zedillo asumió que se convertiría en el último presidente de la era priista. En el 94, el país de los “mitos geniales” se le descompuso a Carlos Salinas: irrupción del EZLN; asesinato de su candidato Luis Donaldo Colosio; crisis económica que se pospuso hasta el 28 de diciembre, pero que se larvó en su gobierno. En el 88, el último de Miguel de la Madrid, el PRI se fracturó para dar paso al Frente Democrático Nacional y a la “caída del sistema” electoral de ese año. Ni hablar de las devaluaciones que traumaron al país en el 82 de José López Portillo y en el 76 de Luis Echeverría.
Este 1 de diciembre, el gobierno de Felipe Calderón ingresa a ese terreno de “alta nubosidad” que es el último año de su gestión. El segundo presidente proveniente del PAN puede convertirse en el último de esta primera década del siglo XXI y así comienza a actuar: desmontando una casa frágil que se construyó sobre bases endebles y criminalizando a sus críticos.
Nadie pensó en 2006 que el presidente de “las manos limpias” y del empleo se convertiría en el “presidente de la guerra contra el narcotráfico” y el mandatario que dejará una herencia de más de 50 mil muertos provocados por esta lucha, más de 10 mil desaparecidos y 7 cárteles de la droga disputándose el territorio nacional, sin que, hasta ahora, se haya logrado recuperar una sola plaza, ciudad o entidad de la disputa que mantienen las bandas del crimen organizado.