Jenaro Villamil
El primer debate entre los cuatro candidatos presidenciales superó para muchos las expectativas de un encuentro accidentado, mientras la mayoría de espectadores esperaron mucho más de este evento televisivo que, como tal, fue arrasado momentáneamente por los distractores propios del medio masivo por excelencia: una playmate-edecán que apareció 18 segundos con un escote tal que paralizó las miradas adolescentes de Quadri y buena parte de la audiencia; la pésima producción acordada por los partidos que impidió la fluidez de la polémica; y la incapacidad de entender las gráficas y apoyos documentales que todos los candidatos utilizaron con una pantalla censuradora.
La primera impostura del posdebate radica justamente en la importancia mediática inflada como merengue en torno a la edecán Julia Orayen que ahora aprovecha sus warholianos quince minutos de fama para dar entrevistas a quien se le pida y autopromoverse en la República de Pantalla.
La segunda impostura está entre los propios consejeros del IFE que se dicen alarmados y descontentos con la producción del debate, pero no aclaran cuánto le pagaron a Jesús Agustín Tapia Flores, un productor televisivo que se desempeñó como coordinador general de noticias para las televisoras locales en TV Azteca, desde 2007.
Los más suspicaces sospechan que el escotazo fue una manera de frivolizar el debate, mientras otros creen que ante tal aburrido esquema televisivo lo más destacado no fueron los argumentos de quienes nos piensan gobernar sino la efímera presencia de la repartidora de bolitas.