Jenaro Villamil
Esta semana me volvió a visitar la inquieta R., compañera de tantas columnas con Carlos Monsiváis, su verdadero tutor y maestro. La pobre R. no deja de leer, escuchar y monitorear las recientes declaraciones de nuestra galaxia política, eclesiástica y mediática.
La R. se había tomado un descanso, en señal de luto por la falta de sentido del humor de nuestros declarantes, pero hoy amaneció desbordante. Recuperó el optimismo gracias al delirio involuntario que a continuación documentamos: