Jenaro Villamil

Memorial del 11 de septiembre. Foto: Getty Images. Fuente: cnn.com
1.-El teleataque
-¿Ya viste la televisión? –me comentó un amigo vía telefónica aquella mañana confusa del 11 de septiembre de 2001.
-No, ahora la enciendo.
Sintonicé CNN. En la pantalla había una imagen extraña. Una de las Twin Towers del World Trade Center de Nueva York estaba incendiándose. Un avión se había estrellado en contra de la mole diseñada por Minori Yamasaki e inaugurada el 4 de abril de 1973.
Los conductores no alcanzaban a explicar qué estaba sucediendo. Teorizaban en el momento que una segunda aeronave se estampó contra la segunda Torre Gemela. Eran las 8:45 de la mañana.
“¡Es un ataque terrorista!”, alcanzó a especular una de las corresponsales enlazadas a Nueva York. ¿Terrorismo? ¿En Estados Unidos? Los comentaristas comenzaban a mencionar al régimen chiita de Irán, algunos hablaron, incluso, de los rusos, cuando desde una de las torres se lanzaban a l vacío algunas de las más de 3 mil personas que estaban en los edificios a esa hora de la mañana.
El salto al vacío de varios inquilinos desesperados en las Torres Gemelas nos metió a otra dimensión.
La televisión con su capacidad globalizadora, instantánea y simultánea enlazó a todo el mundo ante esas escenas. Estados Unidos, el país televisivo por excelencia, era atacado en vivo, a todo color y ante la mirada atónita de millones de espectadores.
No era una película, aunque se pareciera a varias producidas por Hollywood en los años anteriores. No era un “puesta en escena” ficticia, aunque la brutal perfección del ataque y su exhibición era el resultado del sueño de todo productor de rating: la sincronía de la muerte, el miedo, el fuego y la arquitectura.
Se incendiaban las Torres Gemelas. Para entonces se sabía que otro avión se estampó en la Casa Blanca y se especulaba que el edificio sede del Pentágono había sido bombardeado. ¿Dónde está George W. Bush?, preguntaban algunos periodistas. El juniorno aparecía. ¿Había muerto? ¿Lo secuestraron?
Y la primera Torre Gemela se derrumbó. En ese momento, más de 120 millones de telespectadores de todo el mundo, observaron que un símbolo se venía abajo y cerca de 3 mil personas morían sin que los bomberos, los cuerpos de protección civil, la policía del país más poderoso del planeta pudieran hacer absolutamente nada.
Esa imagen se repitió más de 600 veces, tan sólo el 11 de septiembre, en CNN. Y se replicó en las otras grandes cadenas televisivas globales.
Voluntaria o involuntariamente, las empresas televisivas occidentales lograron lo que el cerebro de esa operación soñó en sus elucubraciones de guerrillero millonario: humillar la grandeza de Estados Unidos con el derrumbe de dos íconos neoyorquinos inconfundibles.
No empezaba sólo la “guerra contra el terrorismo” de este mileno. Iniciaba una nueva era televisiva y culminaba otra. ¿Hacia dónde iba? Eran preguntas que nadie podía responder mientras comenzábamos a entender y a saber escribir dos nombres: Al Qaeda y Osama bin Laden.
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