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¿Quién fue el personaje internacional del año?

Nuestra segunda encuesta da seguimiento a nuestros conteos de lo mejor y lo peor de 2011, en este caso, en el ámbito internacional. Así como en la encuesta del personaje mexicano del año, hemos seleccionado a cuatro personalidades del ámbito internacional que, por alguna razón u otra (como dijimos antes, para bien o para mal), dieron mucho de qué hablar.

En esta ocasión contamos con un dictador caído, el director del sitio que ha revelado los trapos sucios de la política, al fallecido director de una de las compañías de tecnología e internet más poderosas del momento y la cantante más rentable en la industria de la música que está hasta en la sopa.

Si ninguna de estas cuatro personas le convence, puede usted poner su propia opción, lo importante, es que nos ayude a responder ¿Quién fue el personaje internacional del año?

El Otoño de la Primavera Arabe…y Mexicana

Jenaro Villamil

Libios se reúnen en el frigorífico que guarda el cadáver del dictador Muamar Kadafi. Foto: Saad Shalash/Reuters. Fuente: latimes.com

Nadie sabe para quién se rebela. O, mejor dicho, no son las fuerzas más democráticas sino las mejor organizadas las que capitalizan las revueltas sociales que derrumban tiranías. Esta reflexión viene a cuento por dos hechos coincidentes y sintomáticos: no terminaba el desfile tanático en el frigorífico libio donde estaban el cadáver de Moamar Khadafi y su hijo, y en Túnez, epicentro de la llamada Primavera Arabe que derrumbó al dictador Ben Ali, el grupo islámico radical En Nahda ganó las primeras elecciones libres, desde 1956, con el 40 por ciento de los votos.

Lo sucedido en Túnez es el espejo del avance de los Hermanos Musulmanes en Egipto, país que derrocó al régimen de Hosni Mubarak tras las sorprendentes movilizaciones de inicio de 2011. Ahí también fueron los grupos del islamismo radical los que capitalizaron, junto con una junta militar provisional, la irrupción de cientos de miles de jóvenes que se rebelaron contra la cleptocracia.

Para que no hubiera duda que tras el derrumbe de una dictadura no siempre ganan las fuerzas más proclives a la tolerancia y a la pluralidad, en Egipto la minoría cristiana copta ha sido protagonista de una persecución y represión sangrienta.

Algo muy similar también a lo que está sucediendo en Libia. La tiranía de Khadafi cayó tras cuatro décadas de represión, falta de libertad de organización y de expresión, pero los rebeldes apadrinados por la OTAN han iniciado una especie de Fuenteovejuna que no se limita a la familia del autócrata sino a decenas de supuestos integrantes del khadafismo que son asesinados, reprimidos, linchados. La fuerza del resentimiento no siembra primaveras sino que cosecha otoños autoritarios.

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Kadafi, el Otoño del Supremo Coronel

Jenaro Villamil

Fuente: thefiscaltimes.com

Nací dos meses después que Moamar Kadafi tomara el poder el 1 de septiembre de 1969 en Libia. A su ascenso se le llamó la “Revolución Verde”. Prometía unir el socialismo con el panarabismo y una peculiar psicodelia que iba desde sus trajes de beduino hasta sus uniformes militares, pasando por su dramático estilo de hablarle al mundo desde ese país feudalizado por décadas de colonialismo italiano.

Una generación de cuarentones nos acostumbramos a ver en Kadafi (nunca hemos podido ponerle la “G” de gato) una mezcla de pop star poshippie con terrorista desalmado que desafió a Ronald Reagan en los ochenta, así como un irascible enemigo de Israel que abruptamente comenzó a servirle a Washington cuando el foco mediático de los tiranos estaba en otro lado.

Kadafi  formó parte de un elenco de “tiranos mediáticos”  o “enemigos de la libertad” que en cuatro décadas prácticamente recorrió todo el espectro de los calificativos occidentales, incluyendo el de “aliado incómodo” en la última guerra del Golfo Pérsico.

Como Kadafi, surgieron los iconos de la anormalidad para la hegemonía de Estados Unidos: el Ayatollah Jomeini, cuya revolución chiita llegó al poder diez años después que la de Kadafi, en 1979, en el antiguo y corrompido reino persa de Reza Palevih, tan frecuentemente cronicado en las páginas de revistas como Vanidades; Saddam Hussein, el viejo aliado de la guerra con la teocracia de Irán y después el “enemigo número uno” de la familia Bush que jugó al Nintendo dos veces en la Casa Blanca, con resultados nefastos para la economía mundial como vemos ahora; en Osama bin Laden, el enigmático y afilado multimillonario saudita entrenado originalmente por la CIA y que en los noventa se convirtió en el más osado y famoso de los terroristas árabes que no encabezaban gobierno alguno sino una red de redes llamada Al Qaeda.

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¿Se repetirá en Libia la historia de Irak?

Rebeldes toman un monumento en Libia. Foto: Sergey Ponomarev / Associated Press. Fuente: latimes.com/

Robert Fisk

Condenados siempre a librar la guerra pasada, volvemos a cometer el mismo viejo pecado en Libia.

Muammar Kadafi desaparece luego de prometer pelear hasta la muerte. ¿No es lo mismo que hizo Saddam Hussein? Y, por supuesto, cuando Hussein desapareció y las tropas estadunidenses sufrieron sus primeras bajas ante la insurgencia iraquí, en 2003, se nos dijo –por boca del procónsul estadunidense Paul Brenner, de los generales, los diplomáticos y los decadentesexpertos de la televisión– que los combatientes de la resistencia eranfanáticosdesesperados que no se daban cuenta de que la guerra había terminado.

Y si Kadafi y su sabihondo hijo siguen prófugos –y si la violencia no termina–, ¿cuánto falta para que otra vez nos presenten a los desesperadosque sencillamente no habrán entendido que los chicos de Bengasi están a cargo y que la guerra ha terminado? De hecho, no menos de 15 minutos –literalmente– después de que escribí las palabras anteriores (14 horas del miércoles), un reportero de Sky News reinventó la palabra fanáticos para definir a los hombres de Kadafi. ¿Ven a lo que me refiero?

Inútil decir que todo es para bien en el mejor de los mundos posibles, en lo que concierne a Occidente. Nadie desbanda al ejército libio y nadie proscribe a los kadafitas de un papel futuro en el país. Nadie comete los mismos errores que cometimos en Irak. Y no hay tropas en tierra. Ningún zombi encerrado en una Zona Verde occidental amurallada intenta dirigir el futuro de Libia. Es asunto de los libios, se ha vuelto el jubiloso refrán de todo factótum del Departamento de Estado/Oficina del Exterior/Quai d’Orsay. ¡Nosotros nada tenemos que ver!

Pero, desde luego, la presencia masiva de diplomáticos occidentales, representantes de magnates petroleros, mercenarios occidentales de altos salarios y oscuros militares británicos y franceses –todos simulando serconsejeros y no participantes– es la Zona Verde de Bengasi. Puede que no estén (todavía) rodeados de murallas, pero en los hechos ellos gobiernan por conducto de los distintos héroes y granujas locales que se han establecido como los amos políticos. Podemos pasar por alto el asesinato de su propio comandante –por alguna razón, ya nadie menciona el nombre de Abdul Fatá Yunes, aunque apenas fue liquidado hace un mes en Bengasi–, pero sólo pueden sobrevivir si se aferran a los cordones umbilicales con Occidente.

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La Caída de Kadafi

Jenaro Villamil

Seis meses después que iniciaron las protestas en Bengasi, como un contagio de los sucesos en Túnez y Egipto, la caída del dictador libio Moamar Kadafi se convierte en la nota mundial más importante, aunque la mayoría de las agencias internacionales traten de minimizar que se trata de una virtual ocupación de las tropas de la OTAN, la Alianza Atlántica de la posguerra fría, transformada en ejército trasnacional de apoyo.

La información aún es confusa. Al tiempo que miles de opositores integrantes del Consejo Nacional de Transición (grupo fundado en Bengasi y apoyado por Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña) tomaba las calles de Trípoli, la capital libia, Moamar Kadafi lanzaba un mensaje a través de la televisión estatal:

“¿Cómo dejan que arda la bella Trípoli?”. “Deben salir a las calles para combatir a las ratas y a los traidores. Todas las tribus deben marchar hacia Trípoli para protegerla. De lo contrario, serán esclavos de los neocolonialistas”, arengó Kadafi, el dictador que gobernó con mano férrea su nación desde 1969.

De golpe, la imagen de Kadafi se interrumpió. La televisión estatal guardó un hermético silencio. La cadena televisiva árabe Al Jazeera informó que dos aeronaves procedentes de Sudáfrica aterrizaron en Trípoli. Se especula que Kadafi y sus familiares sobrevivientes se exiliarán en Sudáfrica.

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Si esta es una victoria de EU, ¿sus fuerzas deben irse a casa?

Entonces ¿por qué seguimos en Afganistán? ¿No se supone que estadunidenses y británicos llegaron ahí en 2001 para combatir a Osama Bin Laden? ¿No lo mataron el pasado lunes?

Hubo un doloroso simbolismo en los ataques aéreos de la OTAN de este martes: apenas 24 horas después de la muerte de Bin Laden, se produjo una agresión que mató de paso a un número no determinado de guardias de seguridad afganos.

La verdad es que desde hace mucho perdimos nuestro mausoleo en el cementerio de los imperios, al convertir la cacería del hoy irrelevante inventor de una yihad global en una guerra contra decenas de miles de insurgentes talibán a quienes poco les importa Al Qaeda, pero que con mucho entusiasmo quieren sacar de su país a los ejércitos occidentales.

Las cándidas esperanzas del presidente afgano, Hamid Karzai, y de la secretaria estadunidense de Estado, Hillary Clinton, en el sentido de que ahora, tras la muerte de Bin Laden, el talibán se convertirá en un grupo de apacibles demócratas que obedecerán dócilmente al gobierno corrupto y pro occidental afgano nos demuestra lo poco que estas personalidades entienden de la sangrienta realidad del país. Algunos miembros del talibán admiraban a Bin Laden, pero no lo querían, y él no participó en su campaña contra la OTAN. El mulá Omar, quien está en Afganistán, es más peligroso que Bin Laden para Occidente y nadie lo ha matado.

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Kadafi vocifera, pero no tiene el control

La Jornada

Robert Fisk

Se irá luchando. Eso dijo Muammar Kadafi la noche del martes, y la mayoría de los libios le creen. No habrá un cómodo vuelo a Riad ni un plácido viaje a un centro vacacional del Mar Rojo. Tostado por el sol, cubierto con túnicas del desierto, continuó su perorata. Dijo que aún no empezaba a usar balas contra sus enemigos –mentira palpable– y que cualquier uso de la fuerza contra la autoridad del Estado será castigado con la muerte, ésta sí verdad palpable que los libios conocían muy bien sin necesidad del tiempo futuro en la amenaza de Kadafi. Y siguió durante un largo rato. Como todo en Kadafi, fue muy impresionante, pero demasiado largo.

Maldijo a la gente de Bengasi que ha liberado su ciudad: nada más espérense a que regrese la policía a restaurar el orden, prometió este hombre deshidratado. Sus enemigos son los islamitas, la CIA, los británicos y los perros de la prensa internacional. Sí, siempre somos perros, ¿verdad? Hace mucho tiempo me retrataron en un cartón de un periódico bahreiní (por favor tome nota, príncipe heredero) como un perro rabioso que merecía ser liquidado. Pero fue una expresión a la altura de los discursos de Kadafi. Y luego vino mi pasaje favorito de su exégesis de anoche: ¡ni siquiera había comenzado a usar la violencia!

Borremos, pues, todos los testimonios en YouTube y Facebook, las balaceras, la sangre y los cuerpos sacados de Bengasi, y finjamos que no ocurrieron. Hagamos como si la negativa a dar visas a los corresponsales extranjeros en realidad nos impidiera oír la verdad. La aseveración de Kadafi de que las protestas –los millones de manifestantes– quieren convertir a Libia en un Estado islámico es exactamente la misma tontería que Mubarak predicó antes del final en Egipto, la misma que Obama y la Clinton han sugerido. De hecho, hubo momentos anoche en que Kadafi –en su actitud vengativa, en su desprecio por los árabes, por su propio pueblo– comenzó a parecerse a los discursos de Benjamin Netanyahu. ¿Se habrá dado entre esos dos rufianes un contacto del que no estamos enterados?

En muchas formas, las digresiones de Kadafi eran las de un anciano; sus fantasías sobre sus enemigos –ratas que han tomado pastillas, entre ellosagentes de Bin Laden– estaban tan desorganizadas como las notas garrapateadas en el pedazo de papel que tenía en la diestra, ya no digamos el volumen de leyes forrado de verde del cual tomaba citas. No hablaba de amor, sino de la amenaza de ejecución.Malditos los que tratan de causar disturbios en Libia. Era un complot, una conspiración internacional. Sus hijos están muriendo, pero, ¿por qué?Dijo que lucharía hasta la última gota de mi sangre con el pueblo libio, que me respalda. Estados Unidos es el enemigo (muchas menciones de Faluyá), como también Israel, Sadat, la fascista Italia colonial. Entre los héroes y amigos estaba el abuelo de Kadafi,quien cayó como mártir en 1911contra el enemigo italiano.

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