Jenaro Villamil

Para el sociólogo Zygmunt Bauman lo ocurrido en 8 ciudades inglesas no es una revolución sino un “campo minado creado por la desigualdad social”.
Engallado, fiel a su tradición conservadora, el primer ministro británico David Cameron afirmó sobre la ola de protestas en ocho ciudades inglesas, protagonizadas por miles de jóvenes que “esto es criminalidad pura y dura, y como tal ha de ser enfrentada y derrotada”.
Sus palabras no difieren mucho de los juvenicidas históricos como el mexicano Gustavo Díaz Ordaz o el dictador español Francisco Franco. El odio a las manifestaciones de una juventud insumisa, descontenta, que demuestra su ira generacional a través de las protestas e, incluso, de la violencia, sólo tiene una explicación para el líder conservador: se trata de pandillerismo, “son rufianes”.
Fiel a esa tónica Cameron ordenó a la Scotland Yard, recientemente protagonista del escándalo de escuchas telefónicas ilegales a través del semanario News of the World, que interviniera las cuentas de Twitter y del servicio de mensajería cifrada de Blackberry para detener a los integrantes del movimiento.