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Vigencia de la Virgen de los Sicarios de Fernando Vallejo

Gerardo Esparza Rivas

Texto leído en una mesa de la pasada Feria del libro de Guadalajara, junto a Fernando Vallejo.

Fernando Vallejo muestra el fracaso social en Colombia durante la década de los años noventa y escribe la novela del desengaño de las políticas públicas sociales y de lucha contra el narcotráfico del gobierno colombiano. Escribe con las heridas aún sangrando, con los estragos evidentes que le provocan los demasiados muertos, con los deseos de quedarse sin palabras para contar lo que sucede cuando no hay salida en un país acorralado por sus errores y traiciones.

La novela escrita hace mas de 20 años no ha perdido vigencia, o mejor dicho, ha retomado la importancia que una obra así no debe perder nunca, no en un país asolado como el nuestro, no en un país empecinado a seguir el modelo colombiano de su lucha contra el crimen organizado. Y es que La Virgen de los Sicarios bien podría llamarse “San Malverde” y ubicarse en México con sus miles de muertos y su ejército lejos de los cuarteles, estar llena de personajes con acento y coloquialismos mexicanos, repleta de la pólvora que ruge en nuestras calles, de la sangre que convierte en ríos nuestras avenidas y de la muerte que campea y cabalga sin tregua desde algunos años nuestro destino.

La Virgen de los Sicarios es una obra monumental sobre el derrumbe de la sociedad en que se encuentra inmersa, es también un profundo análisis de los errores cometidos por todos, un ajuste de cuentas con el odio incubado en todos: “los rencores se heredan de padres a hijos y se pasan de hermanos a hermanos como el sarampión… La lucha implacable es a muerte, esta guerra no deja heridos porque después se nos vuelven culebras.” Es un retrato de lo podrido que está el sistema político colombiano, o el mexicano o cualquiera que se obstine en solucionar el grave problema de las drogas por medio de armas, balas y mucha voluntad de enjuiciar al prójimo sin antes construir un sistema de justicia funcional e incorruptible, un sistema judicial que no se deshaga de sus responsabilidades, que se desborde de averiguaciones previas, que convierta en criminales a los ciudadanos y sature las prisiones por no cumplir con su encomienda o porque paga mejor el soborno que el Estado. Un sistema que le apuesta a las balas para combatir a las balas sin entender que son las palabras y la educación la respuesta a tanta miseria

En la novela de Fernando Vallejo nos hallamos con una narración personalísima que demuele todo lo que se encuentra. Principalmente a la sociedad permisiva, pero también a los gobiernos de César Gaviria y Ernesto Samper, a la Oficina del Envigado, al Cártel de Medellín y Colombia entera. Y lo es porque refleja, palabra a palabra, la descomposición a la que son sometidos todos los actores sociales que se desenvuelven en el país. Los sicarios son aquí jóvenes arrastrados por la falta de oportunidades laborales dignas y porque se les maleducó para creer que se debe tener todo, tenerlo rápido y ostentarlo pronto, porque no hay otra cultura que no sea la del ruido y los proyectiles. A eso se habituaron los Taylor y Alexander y los Fáber y los Eder y Wílfer y Yeison o Alexis y Wílmar, a esperar una recompensa pronta y expedita, a ganar, sin que importen las consecuencias de sus actos, porque el que está dispuesto a morir tiene derecho a pedirlo todo. Una vida o cincuenta mil muertes bien lo valen. Dice Fernando y dice bien: “Aquí no hay inocentes, todos son culpables.” Y es que la vida está tan devaluada como los pesos y pagan mejor tres escapularios regados por el cuerpo que la escuela o las bibliotecas, porque es más popular y redituable autoemplearse en esa industria tan boyante de la muerte, donde bastan unos cuantos billetes para encomendarse a María Auxiliadora y rezar algunas balas para matar a quien se ponga enfrente. Entonces la razón y su forma de vida es la muerte.

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