La Jornada
Elena Poniatowska
Resulta un lugar común afirmar que ser periodista en México es peligroso, pero la deportación del italiano Gianni Proiettis –después de 18 años de trabajo ininterrumpido en Chiapas–, comprueba que el gobierno mexicano elimina a sus críticos y pretende reducir el ejercicio de nuestro oficio al de amanuenses y lacayos.
Los periodistas críticos que se ocupan de los asuntos del país son mal vistos y, en la mayoría de los casos, rechazados y hasta expulsados. Desde 1994, muchos fueron satanizados por el régimen atemorizado por la popularidad del Movimiento Zapatista de Liberación Nacional y de su portavoz el subcomandante Marcos.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos define el derecho a la libertad de expresión en su artículo 19: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”. Sin embargo, en México, este artículo es letra muerta.
Todas las organizaciones de Derechos Humanos han condenado el trato a los periodistas en nuestro país como uno de los peores del mundo. México es una de las naciones donde es más difícil ejercer el oficio: secuestrados, expulsados, asesinados, censurados, los periodistas corren mayores riesgos que en ningún otro lado al menos, claro está, de ser corresponsal de guerra.
La verdad, en estos momentos, cuando la persecución de narcotraficantes mata a los civiles, es fácil concluir que México está en guerra. K.S. Karol, de L’Express de Francia se asombraba ante la actitud de las autoridades mexicanas ante cualquier posibilidad de crítica y su absurda capacidad de venganza. Aceptar la crítica es uno de los puntales de un gobierno civilizado pero hasta la fecha, nuestros gobiernos han respondido con rabia a la más mínima denuncia.