Marta Lamas

Una mujer grita consignas durante una manifestación de protesta denominada ‘Marcha de las Putas’ en la Ciudad de México (AFP). Imagen: http://mexico.cnn.com/
MÉXICO, D.F., 12 de junio (apro).- Este domingo 12 varias mujeres partieron a las dos de la tarde de la Palma de Reforma rumbo al Hemiciclo a Juárez, replicando la Marcha de las Putas que ya se ha venido realizando en otras ciudades. No obstante el nombre, no se trata de una marcha de trabajadoras sexuales sino de todo tipo de mujeres para protestar porque mucha de la violencia sexual se justifica con el pretexto de la apariencia provocadora de las víctimas. Apropiarse del término estigmatizante de “puta” es una actitud desafiante y liberadora. “Puta” se usa no sólo para nombrar a las trabajadoras sexuales; se usa para calificar a las mujeres que no se ajustan a los lineamientos de “decentes” (sea porque tienen relaciones sexuales libres o simplemente porque visten de manera llamativa); pero también ciertos hombres utilizan dicho apelativo como venganza cuando una mujer resiste sus avances indeseados. Por eso el calificativo de &ldq uo;puta” les sirve a ciertos hombres como insulto y socialmente se vuelve un arma para mantener a raya a las mujeres: el temor de ser calificadas de “putas” las predispone a aguantar malos tratos o restricciones a sus deseos. Así, la utilización arbitraria y sexista de “puta” cuando el comportamiento de las mujeres no es lo que se espera hace que en cualquier momento las mujeres puedan ser estigmatizadas como “putas”.
El estigma genera mucha vulnerabilidad social y, además, es absolutamente discriminatorio. Si el comercio sexual ocurre entre una persona que vende y otra que compra, ¿por qué sólo se estigmatiza a quien vende y no a quien compra? Habría que eliminar la definición del trabajo sexual como “prostitución”, pues es una de las formas de violencia simbólica más insidiosas contra las mujeres. Ese es también el sentido de la Marcha de las Putas, una batalla por la resignificación simbólica que, aunque no acaba por sí sola con la separación ideológica entre las mujeres decentes y las putas, provoca una reflexión muy necesaria respecto a la doble moral. La valoración desigual de la actividad sexual humana, comercial o gratuita, es el andamiaje moral que rige la sociedad. No es lo mismo que un hombre tenga una expresión sexual libre a que la tenga una mujer. Por eso la doble moral se expresa con ideas absolutamente machistas: “ella se lo buscó”, “ella lo provocó con su forma de andar, de vestirse”, “si fuera decente, se habría quedado en su casa”, etc…
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