Jenaro Villamil
Resultado de una formación multicultural, político innovador en su lenguaje y en las plataformas de comunicación, Barack Obama encontró en 2008 una fórmula para romper con el veto de los medios tradicionales norteamericanos y obtener los recursos necesarios para ganar una contienda de muchos cientos de millones de dólares.
No le fue nada mal en esa apuesta. Obama venció en las internas del Partido Demócrata a Hillary Clinton, casi 25 millones de jóvenes votaron por él en noviembre de 2008 y comenzó un periodo de distensión interna en Estados Unidos tras ocho largos años de desastre con George W. Bush.
Obama demostró que con mensajes de texto vía teléfono móvil, videos en las redes sociales y células autónomas de seguidores en el ciberespacio –al estilo de Al Qaeda, ¡vaya paradoja!-se podían conseguir electores, donantes y, sobre todo, transformar la comunicación política unidireccional en un diálogo masivo, intenso, multicultural.
Obama ganó así las elecciones, pero no el poder. Estos tres años y medio lo han demostrado. Una nación como Estados Unidos, la más poderosa, compleja y contradictoria de las potencias sobrevivientes del viejo orden analógico y bipolar no es sólo un asunto de redes sociales.