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“La verdad es garantía de libertad”, sentenció el papa Benedicto XVI durante la homilía de la celebración multitudinaria de la beatificación de Juan Pablo II, el pontífice más popular y mediático en los últimos años de la historia católica que, paradójicamente, no transfirió ese rating a la caída constante de número de fieles y a la crisis teológica de El Vaticano. Trece millones de católicos menos se registraron en los 27 años del papado de Karol Wojtyla.
La sentencia de Benedicto XVI sonó hermosa en el discurso ilustrado y bien estructurado, como la mayoría de las homilías de Joseph Ratzinger, pero muy contrastante con el culto a la personalidad que se ha concentrado en el pontífice de origen polaco, fallecido en 2005.
El papacentrismo de El Vaticano no ayuda a liberar a la Iglesia Católica. Y el espectáculo mediático global que durante una semana se articuló desde Roma para promover la milagrería y no la auténtica fe –acto íntimo y de profunda humildad- confirma este fenómeno que el propio Juan Pablo II criticó en muchas de sus encíclicas.
La principal sombra es pretender que con la beatificación exprés –es considerada la “más rápida en la historia moderna” de la Iglesia católica- es que pretende evadir el debate pendiente sobre el legado de Juan Pablo II como principal jefe de Estado de El Vaticano.