Por Jenaro Villamil

Fuente: snte.org.mx
No podría ser de otra manera. En el ocaso del sexenio de Calderón y de la alternancia fallida de los panistas, y ante las presiones y reacomodos de los empresarios, inversionistas extranjeros y líderes corporativos frente al botín del próximo gobierno peñista, los dos íconos de la antidemocracia sindical se organizaron sendas ceremonias de coronación y relección por seis años más: Elba Esther Gordillo, en el SNTE, y Carlos Romero Deschamps, en el sindicato petrolero.
Frente a la demagogia de la reforma sindical a favor de la transparencia y la democracia sindical, los actos de Elba Esther y Romero confirman que el pasado no se ha ido y que todo se puede arreglar con Peña Nieto si se garantizan los privilegios, cuotas de poder y tenaz control de los liderazgos funcionales al gran capital inversionista.
Se trata de la relección en dos sindicatos esenciales para el país: uno, controla el gremio más grande de América Latina; el otro, tiene el en sus manos el dominio de las contrataciones para la empresa más estratégica del país.
El SNTE y el STPRM son las dos grandes aduanas de intereses políticos y económicos con los que Peña negociará para emprender los negocios más jugosos de su sexenio: la apertura gradual de la inversión privada en las directrices de la educación básica y media básica, pública, y la apertura a la inversión de los consorcios privados extranjeros y nacionales en Pemex.
Elba Esther y Romero Deschamps son herencias directas del salinismo. Y, en buena medida, representan, su continuidad. La primera ascendió al SNTE a través de una operación política orquestada desde Los Pinos por Manuel Camacho Solís, entonces “cerebro” de la refeudalización sindical de Salinas de Gortari, para sustituir a Carlos Jonguitud Barrios, un “líder vitalicio” que controló el SNTE menos años que Elba Esther.
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