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Diez Herencias Mediáticas del 11-S: el Cine y sus Iconos (Tercera parte)

Jenaro Villamil

Escena del filme "25th Hour" de Spike Lee, con uno de los diálogos más ingeniosos en torno al Nueva York post 11 de septiembre.

Películas clásicas de los años setenta, como Superman (1978) o King Kong (1976), o bellas metáforas citadinas como Manhattan, de Woody Allen, no se podrían explicar sin las escenas en el World Trade Center, símbolo del poder y la opulencia de la Gran Manzana neoyorquina que ya no existen más.

Tras los atentados del 11 de septiembre, la industria fílmica norteamericana se enfrentó a la necesidad de censurar o modificar escenas donde aparecían las dos grandes torres para no ofender el “luto nacional” decretado por George W. Bush o simplemente para actualizar la escenografía neoyorquina.

Eso sucedió, especialmente, con Spiderman de Sam Rami y con Inteligencia Artificial, de Steven Spielberg, una cinta futurista que tenía como eje precisamente a estos edificios emblemáticos.

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Diez Herencias del 11-S: Los Libros y la Explicación que no Acaba (Segunda Parte)

Consulta la primera parte aquí.

Jenaro Villamil

A la edad de 35 años, el doctor Aywan Al-Zawahiri ya era un personaje extraordinario que había dedicado la mitad de su vida a la revolución en una célula islamista clandestina, nos cuenta Lawrence Wright en La Torre Elevada, Al Qaeda y los Orígenes del 11-S. Al-Zawahiri fundaría, junto con el hijo de Muhammad bin Awahd bin Laden lo que se convertiría en el organismo terrorista “más buscado del mundo”.

Wright, como decenas de escritores norteamericanos, europeos y árabes se dio a la tarea de ir al origen, a las entrañas de la fundación de Al Qaeda, cuya historia evidentemente no termina con el asesinato de su vocero y financiador más famoso: Osama Bin Laden. Ahí está vivo y activo Al-Zawahiri.

La Torre Elevada, obra ganadora del Premio Pulitzer en 2006 y editada en español hasta 2009, constituye una de las investigaciones más pormenorizadas del núcleo dirigente, de los antecedentes en Egipto, de la extraña relación con el Talibán de Afganistán y, por supuesto, de los intereses y el entramado geopolítico que Washington permitió y nunca previó con suficiente antelación lo que ocurriría antes del ataque del 11 de septiembre.

Otros libros surgidos en esta década constituyen el canon más importante para entender más allá de la “guerra del bien contra el mal”, decretada por George W. Bush, lo que ha sido el desastre diplomático, bélico y de inteligencia más grave de Estados Unidos.

Entre estos libros podemos mencionar también:

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Diez Herencias Mediáticas: a una Década del 11-S (Primera Parte)

Jenaro Villamil

Memorial del 11 de septiembre. Foto: Getty Images. Fuente: cnn.com

1.-El teleataque

-¿Ya viste la televisión? –me comentó un amigo vía telefónica aquella mañana confusa del 11 de septiembre de 2001.

-No, ahora la enciendo.

Sintonicé CNN. En la pantalla había una imagen extraña. Una de las Twin Towers del World Trade Center de  Nueva York estaba incendiándose. Un avión se había estrellado en contra de la mole  diseñada por Minori Yamasaki e inaugurada el 4 de abril de 1973.

Los conductores no alcanzaban a explicar qué estaba sucediendo. Teorizaban en el momento que una segunda aeronave se estampó contra la segunda Torre Gemela. Eran las 8:45 de la mañana.

“¡Es un ataque terrorista!”, alcanzó a especular una de las corresponsales enlazadas a Nueva York. ¿Terrorismo? ¿En Estados Unidos? Los comentaristas comenzaban a mencionar al régimen chiita de Irán, algunos hablaron, incluso, de los rusos, cuando desde una de las torres se lanzaban a l vacío algunas de las más de 3 mil personas que estaban en los edificios a esa hora de la mañana.

El salto al vacío de varios inquilinos desesperados en las Torres Gemelas nos metió a otra dimensión.

La televisión con su capacidad globalizadora, instantánea y simultánea enlazó a todo el mundo ante esas escenas. Estados Unidos, el país televisivo por excelencia, era atacado en vivo, a todo color  y ante la mirada atónita de millones de espectadores.

No era una película, aunque se pareciera a varias producidas por Hollywood en los años anteriores. No era un “puesta en escena” ficticia, aunque la brutal perfección del ataque y su exhibición era el resultado del sueño de todo productor de rating: la sincronía de la muerte, el miedo, el fuego y la arquitectura.

Se incendiaban las Torres Gemelas. Para entonces se sabía que otro avión se estampó en la Casa Blanca y se especulaba que el edificio sede del Pentágono había sido bombardeado. ¿Dónde está George W. Bush?, preguntaban algunos periodistas. El juniorno aparecía. ¿Había muerto? ¿Lo secuestraron?

Y la primera Torre Gemela se derrumbó. En ese momento, más de 120 millones de telespectadores de todo el mundo, observaron que un símbolo se venía abajo y cerca de 3 mil personas morían sin que los bomberos, los cuerpos de protección civil, la policía del país más poderoso del planeta pudieran hacer absolutamente nada.

Esa imagen se repitió más de 600 veces, tan sólo el 11 de septiembre, en CNN. Y se replicó en las otras grandes cadenas televisivas globales.

Voluntaria o involuntariamente, las empresas televisivas occidentales lograron lo que el cerebro de esa operación soñó en sus elucubraciones de guerrillero millonario: humillar la grandeza de Estados Unidos con el derrumbe de dos íconos neoyorquinos inconfundibles.

No empezaba sólo la “guerra contra el terrorismo” de este mileno. Iniciaba una nueva era televisiva y culminaba otra. ¿Hacia dónde iba? Eran preguntas que nadie podía responder mientras comenzábamos a entender y a saber escribir dos nombres: Al Qaeda y Osama bin Laden.

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La pregunta que nadie contesta

Robert Fisk

La Jornada

Foto: Bill Biggart. Fuente: http://www.suite101.com/

Por sus libros los conoceréis. Hablo de los volúmenes, las bibliotecas –no los pasillos llenos de literatura– que los crímenes internacionales de lesa humanidad del 11 de septiembre de 2001 han inspirado. Muchos rebosan de seudopatriotismo y autoelogio, otros están atascados de la irremediable mitología que culpa a la CIA y el Mossad, algunos (por desgracia procedentes del mundo musulmán) se refieren a los asesinos como “los muchachos”, pero casi todos evitan lo único que cualquier policía busca después de un crimen callejero: el motivo.

¿Por qué es así, me pregunto, luego de 10 años de guerra, cientos de miles de muertes inocentes, mentiras, hipocresía, traición y sádicas torturas de los estadunidenses (nuestros amigos del MI5 sólo escucharon, entendieron, tal vez miraron, pero claro que nada de andar tocando) y los talibanes? ¿Hemos logrado silenciarnos y silenciar al mundo con nuestros miedos? ¿Todavía no somos capaces de decir tres oraciones: “los 19 asesinos afirmaban ser musulmanes”, “vinieron de un lugar llamado Medio Oriente”, “pasa algo allá”?

Los editores estadunidenses rompieron hostilidades en 2001 con enormes volúmenes de fotografías de homenaje a los caídos. Los títulos hablaban por sí mismos: Sobre terreno sagrado, Para que otros puedan vivir, Fuertes de corazón, Lo que vimos, La frontera final, Furia por Dios, La sombra de las espadas… Al ver estos títulos apilados en los puestos de periódicos de todo el país, ¿quién podría dudar que Estados Unidos se lanzaría al combate?

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