Mauro Gallardo
@maurogallardov
Eran alrededor de las cuatro de la tarde cuando supe lo ocurrido. Unos tipos entraron a un casino, lo rociaron de gasolina y le prendieron fuego. Después de eso, las versiones cambiarían tanto como el número de víctimas inocentes. Tres fue el primer número que se publicó tanto en las redes sociales como en los medios electrónicos. Tres me parecía un número abrumador, sobre todo porque sabía que esas tres personas habían perdido la vida a escasas cuadras de mi casa. De la casa que resulta sagrada para mí.
Observé por una de las ventanas del edificio de oficinas en el que me encontraba y pude ver la columna de humo negro. Las imágenes en todos los medios me hacían evocar el mismo tipo de imágenes que guardo en mi cabeza sobre el once de Septiembre o sobre aquellas fotografías de Londres ardiendo en la segunda guerra. Y permítanme aclarar para no prestarme a malos entendidos. Me refiero a ese tipo de imágenes que te sacude los nervios, que te despierta, que te quema, que te jode.
Cuando llegué a mi casa después de sortear un tráfico evidentemente inusual y causado por la tragedia encendí la televisión. Todos los canales locales cubrían la nota. Reporteros hambrientos e insensibles a la tragedia hacían preguntas indiscretas, de evidente respuesta, de limón en la llaga, de morbo. Particularmente un reportero de apellido Plata. Cazando lágrimas. Causando lágrimas. “¿Entonces todavía no pierde la esperanza?” Le preguntaba a una mujer cuyo marido había quedado atrapado al interior de la casa de apuestas. ¿Qué esperaba oír?
En mi cabeza comencé a imaginar aquellos momentos de pánico. Mientras escuchaba a políticos de todos los niveles rechazar su responsabilidad en el asunto, responsabilizar públicamente a algún otro funcionario ó simplemente jugar al típico cantinfleo político de no contestar con un sí o un no determinante y sencillo ante preguntas que no requieren la inclusión de un contexto para responderse. Pareciera que a todos los enseñan a no comprometerse con nada.
Es un hecho tan lamentable y que sin duda resquebraja el corazón ya de por si marchito y roto de todo México. Siempre hay alguien que gana con todo esto. La muerte se ha vuelto el más rentable de los negocios. Esta nueva herida jode más por el terror que causa.