Por Arturo Loría

Ataúd de Juan Pablo II, extraído de las Grutas del Vaticano el día de hoy. Imagen: eluniversal.com.mx
Lo público y lo privado, lo íntimo y lo masivo, es curiosa la forma en la que los medios nos hacen manejar este tipo de circunstancias. Este semana, posiblemente dos de los sucesos más íntimos del ser humano han sido llevados al espacio masivo sin concesiones.
Por un lado, la tan anunciada boda del príncipe William (ahora duque de Cambridge) con Kate Middleton y, por el otro, la beatificación del papa Juan Pablo II.
Si bien, un proceso de beatificación no es nada íntimo, la muerte no podría ser sino una de las cosas más personales. Ni en su lecho de muerte, el papa mediático por excelencia, pudo gozar de la intimidad, del anonimato. Evidentemente no se espera esto último de la cabeza de la Iglesia Católica, sin embargo, no deja de sorprender que a diferencia de sus antecesores, los medios electrónicos y el Internet estuvieron cada minuto al pendiente de la ventana que anunciaría la muerte de Juan Pablo II.
En una tradición medieval que cayó como anillo al dedo a la capacidad de sobreexposición que la televisión y el Internet tienen, su cadáver fue expuesto durante días para, posteriormente, llevar a cabo un funeral y entierro televisados.
A seis años de su muerte, Juan Pablo II recibe de nuevo la atención mundial. El féretro que guardaba los restos de Karol Wojtyla fue sacado el día de hoy de la tumba que ocupaba en las Grutas Vaticanas y ha sido puesto frente a la tumba de San Pedro.